Hay alimentos que su destino parece ser el de desecho. Alimentos, no esa vaina que nos llena por un rato pero que no nutre. Y es que la comida sin intervención de la industria es tan vulnerable a las condiciones externas como cualquier producto de un ser vivo. ¿Cómo conservas lo que ya no puedes comer de inmediato? Esto sin que sea un costo a largo plazo para tu salud. Así mismo: naita de químicos.
La deshidratación es la respuesta. Tan sencillo como su nombre, consiste en extraer el agua que contiene el alimento, permitiendo que este se conserve por meses…o años. El sol es una herramienta para esta tarea. Aunque siempre habrá que adaptarse a las condiciones del clima. En esta tierra oriental (Monagas) la lluvia es como esa vecina que llega sin avisar: simpática pero siempre inesperada.
Para armar un deshidratador eléctrico casero es necesario dedicar algunas horas del día a investigar por internet (sí, no solo sirve pa andar de zángano por las redes sociales) y unos cuantos carajos que animar para la idea. El que se construyó acá siguió esos pasos. ¿Cuál es la mecánica del asunto? Una caja con ventilación por la que aire caliente atraviesa el interior, secando el alimento que esté en la bandeja.
No es una cosa de apurados.
En un viernes cualquiera en las Colinas (Caripito) se escogieron los modelos de prueba: Plátano y Yuca. Tres kilos de cada uno para comenzar. Después de lavar, pelar y cortar en lonjas finiticas, se colocó en el deshidratador por espacio de seis horas. Ponle tú que inició a las doce del mediodía y en la tardecita, cuando había bajado el sol y nos acordamos sacamos esas bichas y estaban como las rufles, pero sin lo frito” Sanitas. Sabrosas. Como para echarles sal y comerlas así.
Como el ocio invita al invento, se agarró ese poco de yuca y plátano y a continuación pasaron por el molino tres de los carajos a sacar brazos mientras molían. Resultado: dos harinas de textura, color y sabor distintos que están prestas para otros inventos. Otro día.
Ya ves. El tiempo que inviertes pasando calor y arrechera en una cola para comprar un producto del que no tienes ni idea de donde salió para luego soñar con la posibilidad de volver a la época de los supermercados llenos de basura plástica lo puedes descartar y asumir la realidad. Tomar las riendas del pensamiento y la creación o morir ahogado en el mar de la frustración.